RECORDANDO EL TRABAJO EN LA BALLENERA DE MASSÓ 

Texto elaborado por Serafín Parcero Pérez, maestro que ejerció en distintos centros de la provincia: C.P. Reibón y C. P. Seara, en Moaña, C.P. A Sangriña, en A Guarda, CEIP Espiñeira-Aldán y, finalmente, en el I.E.S María Soliño de Cangas hasta su jubilación, autor de los libros “Ollos de Cinsa” (premio Matilde Bares de Relatos de Muller), “Viúvas de vivos e de mortos” y “As illas dos deuses”. Trabajador ocasional de la ballenera de Massó en los años 70 del siglo pasado. Fotografías cedidas por la A.C A CEPA.

Como justificación:

Por un conjunto de circunstancias afortunadas, en la década de los setenta del siglo pasado, durante los meses de verano de los años en los que cursaba lo que entonces se llamaba Bachillerato Superior, trabajé en el despiece de la ballena en la factoría de Massó, en Cangas. .

Quiero dejar claro que estoy escribiendo este pequeño artículo de memoria. La memoria es a menudo selectiva y, a veces, traicionera. Los hechos y las impresiones que trataré de recopilar en mi escrito ocurrieron hace casi cincuenta años, por lo que algunas afirmaciones pueden no corresponder estrictamente con la realidad, pero no se pretende que este sea un trabajo de investigación, con su correspondiente recopilación y contraste de datos.

Son los recuerdos de una época pasada, de un tiempo distinto, de unos oficios que desaparecieron hace ya mucho tiempo. Aún así, puedo asegurarles que casi todo lo recogido en este modesto trabajo puede ser corroborado por algunos de los cada vez más escasos testigos vivos o contrastado con el abundante material fotográfico y bibliográfico relacionado con esta actividad.

RECUERDOS DE LA BALLENA DE MASSÓ

1

El sol aún no ha salido y a lo largo del antiguo camino que conduce a la fábrica de Balea se pueden escuchar los pasos ahogados y los comentarios en voz contenida de algunos de los miembros de la cuadrilla de hombres que tienen la tarea de despiezar a las ballenas y cachalotes capturados por la flota ballenera de Massó Hnos. Pronto se reunirán con los compañeros que acaban de llegar en la furgoneta de la empresa tras ser recogidos en sus domicilios. Todos ellos habían sido avisados la tarde anterior por el encargado, en la mayoría de los casos personalmente, ya que el teléfono sigue siendo un lujo al alcance de unos pocos.

Siempre que los patrones del Lobeiro o del Carrumeiro avisan por radio que se dirigen a la base de Cangas con sus capturas, el responsable de la sección de la ballena, sea cual sea la hora, empieza a poner en marcha el complejo dispositivo para recibir y procesar las piezas capturadas lo antes posible, ya que la carne de las ballenas se puede estropear si no se trata rápidamente: enviar aviso a los fogoneros para que tengan listas las enormes calderas de vapor, avisar a los cortadores, solicitar la presencia del grupo de mujeres que procesarán la carne, informan a los operadorios que llegan desde Japón al inicio de la temporada de captura… Siempre teniendo en cuenta las horas de navegación desde la zona de captura hasta la fábrica del Salgueirón.

No acostumbrado a semejantes madrugones, no dejo de bostezar, con los ojos todavía medio cerrados. Entro al viejo vestuario para cambiar mi ropa diaria por otras prendas más viejas y gastadas que uso para el trabajo . En unos rústicos colgadores, la ropa impermeable cuelga del techo.

Parecen tristes espantapájaros anaranjados, verdes o amarillos de tiesas que están:  la rigidez característica del tejido impermeable se ve incrementada con el paso de los años y las inclemencias del tiempo. Lo cierto es que, en las dos campañas que estuve en esta actividad, coincidiendo con los meses de verano, nunca vi la necesidad de llevar ropa que me protegiera de la lluvia, ya que cuadraron siempre días soleados y, en muchas ocasiones, muy calurosos.

Una vez mudada la ropa, me calzo las enormes botas de cuero, un cuero reseco y duro, curtido por la grasa de los cetáceos, el salitre y el sol. Las botas pesadas son esenciales para poder moverse con seguridad sobre la resbaladiza plataforma de madera. Echo mano de las herramientas, en mi caso, una especie de gancho de hierro de mango largo. Las hoces de afilado filo las utilizan los trabajadores más experimentados. Listo para trabajar, salgo a la plataforma, que comienza a iluminarse con los primeros rayos del sol.

«¡Hoy Lorenzo va a pegar fuerte!» Chico, vete llenando los porrones y poniéndolos al fresco, ¡qué buena falta van a hacer!

Mientras cumplo con su mandato, apuran sus últimos cigarrillos, al tiempo que observan cómo se hace más visible la nube de humo negro que sale de la chimenea del Lobeiro .

RECUERDOS DE LA BALLENA DE MASSÓ

Los hombres aspiran los cigarrillos con gusto, saben que en cuanto comience el trabajo, tendrán que tirarse una buena cantidad de tiempo hasta poder encender otro cigarrillo .

Mientras el marinero que maneja la barca llega al muerto donde la tripulación del Lobeiro ancla el preciado cargamento, comienzan a escucharse las carcajadas y las conversaciones a viva voz de las mujeres que están accediendo al edificio anexo a la plataforma donde se procesará la carne. Las que no lo traen ya puesta, no tardan mucho en ponerse la bata azul y todas se ajustan el pañuelo en la cabeza, blanco, para que no se suelte durante la faena.

Aunque se trata de un trabajo duro y, sobre todo, intenso, las mujeres elegidas para esta tarea suelen aceptar con gusto el encargo, son tiempos duros y se agradece cualquier aporte a la economía familiar.

RECUERDOS DE LA BALLENA DE MASSÓ

Los miembros de la cuadrilla también reciben con alegría a estas operarias. Nunca faltan los comentarios presuntamente graciosos, en demasiadas ocasiones irrespetuosos y subidos de tono, que hacen sonreír a los compañeros. Las risas son aún más fuertes cuando algunas de aquellas mujeres, acostumbradas a escuchar groserías, se giran y les dan contestación, dejando al bromista en evidencia.

El ambiente festivo dura poco. El Lobeiro, tras dejar amarrados a la boya las piezas que había remolcado al costado del buque durante unas cincuenta millas, da marcha atrás y da media vuelta para enfilar, una vez más, el paso entre las Cíes y Monteferro. Una vez abandone las tranquilas aguas de la ría, se dirigirá hacia el noroeste, en busca de nuevas piezas.

El encargado de la barca, después de rodear con un grueso cabo de nailon la zona donde el cuerpo de la ballena se une a la enorme cola, hace una señal con su brazo para que la «maquiñilla» comience a acercar al cetáceo a la rampa. Tan pronto como la ballena flota en el agua, la máquina la trae fácilmente.

Cuando la lámina de agua desaparece por completo debajo del pesado cuerpo, el animal queda varado en las tablas de la rampa que conecta la plataforma de trabajo con el océano. Es entonces cuando nos damos cuenta de las enormes dimensiones del animal: se trata de un rorcual común, también llamada «ballena de aleta», a la que le calculo que mide unos veinte metros de largo. En el libro de registro de capturas de la empresa, el gestor consignará una longitud de 22,75 metros y un peso estimado entre 55 y 60 toneladas.   

El cabo de nailon es sustituido por cables de acero trenzado. Antes de que las máquinas comiencen a tirar, dos de nuestros compañeros, provistos de grandes mangueras, proceden a humedecer la rampa y la plataforma de madera, con la intención de que el cuerpo del enorme cetáceo resbale, facilitando así el trabajo de los cabrestantes. Los cables de acero crujen produciendo pequeños chasquidos.

Los encargados de las mangueras intentan separarse de ellos, ya que parece que en cualquier momento pueden romperse. Aunque los maquinistas exigen toda la potencia de los muchos caballos de vapor de las máquinas de arrastre, el cuerpo del enorme animal apenas avanza. Se detienen un momento en su tarea y, en una rápida maniobra, el responsable de una de las máquinas auxiliares fija otro cable al enorme grillete de acero colocado en la inserción de la aleta caudal con el cuerpo. Con el esfuerzo de las máquinas tirando al mismo tiempo, el trabajo se vuelve más fácil y, poco a poco, el animal descansa ya en su lecho mortuorio.

En ese preciso momento, acceden a la plataforma de trabajoun par de trabajadores japoneses. Uno viste una especie de uniforme gris, el otro viste una camisa beige de manga corta y pantalones de color caqui. Ambos llevan botas mucho más modernas y ligeras que las que usamos nosotros.

RECUERDOS DE LA BALLENA DE MASSÓ

Deduzco que, si bien las botas de agua que suelen llevar los marineros son similares, deben poseer alguna particularidad, ya que, a pesar de no llevar inserciones metálicas en la suela, nunca resbalan. Llevan unos bicheros cortos, con mangos de madera oscura y un garfio metálico y cuchillos muy afilados. A diferencia de las herramientas que utilizan nuestros cortadores, que son de hoja curva, sus cuchillos son rectos, de forma trapezoidal. Uno no puede más que observar con admiración cada vez que trabajan, enfocados y precisos, como verdaderos cirujanos.

El próspero país asiático se había convertido en el principal cliente de IBSA. Las empresas importadoras solían enviar trabajadores desde su país para controlar el procesado de las capturas. Pero los disciplinados trabajadores orientales no se contentan con la labor de supervisión y no dudan en ponerse manos a la obra para procesar ciertos cortes, especialmente la lengua y también los llamados pliegues gulares, esa parte tan característica de este tipo de ballenas, de color blanco y que ocupan gran parte de la zona ventral de la ballena, desde la mandíbula inferior hasta la zona del estómago. Son bien reconocibles porque parecen un gran colchón de playa.

Según tengo entendido, tanto con la lengua como con los pliegues, preparan un plato de gran aceptación en la tierra del Sol Naciente. Los japoneses rodean el cuerpo del cetáceo y dan su aprobación con un discreto asentimiento de cabeza cuando el capataz, ya levantado sobre el lomo de la ballena, también mediante señas, indica por dónde  van a comenzarán a cortar.

Con admirable destreza, los cortadores comienzan a abrir profundos surcos a lo largo del cuerpo de la ballena. Trazan dos cortes longitudinales a lo largo del cuerpo, uno dorsal y otro ventral. Cada una de estas profundas incisiones permite mostrar el grosor de la piel y la capa de grasa que protege a estos hermosos animales de las heladas temperaturas de los mares árticos. Donde los cortes se encuentran, cerca de la aleta caudal, se clava un gancho de acero sujeto a un cable fuerte.

La máquina comienza a tensar el cable y arrastra con fuerza la capa de piel y grasa, que se desprende del músculo en una sola pieza. En estas primeras maniobras intervienen tres o cuatro de los cortadores más experimentados, más rapidamente entra en acción toda la cuadrilla: los otros cortadores talan enormes trozos de carne que se cargan en carretillas para ser transportados y depositados en mesas alrededor de las cuales, como un ejército pequeño y disciplinado, las mujeres están colocadas, armadas con cuchillos afilados. Con precisión y rapidez, convierten cada uno de esos enormes trozos de carne de más de veinticinco kilos en una gran cantidad de trozos de carne que pesan entre dos y tres kilos que serán depositados en cajas de plástico gris y cubiertos con hielo.

Terminado un costado, con la ayuda de las máquinas ubicadas en los laterales, se le da la vuelta al cuerpo inerte para proceder con el otro. Todos nos afanamos en el trabajo, ya que el sol de verano comienza a pegar sin piedad en la plataforma y puede echar a perder la preciada carne e incluso su grasa. Las mujeres tienen un poco más de suerte pues trabajan a la sombra. Antes del mediodía, en la estancia que ocupan, con las puertas y ventanas abiertas de par en par, todavía no hace demasiado calor. Los japoneses llevan un buen rato trabajando también con celeridad, sin decir apenas una palabra.  

Cuando finalmente termina el procesado de la carne, las mujeres se quitan los guantes, lavan sus cuchillos y se quitan los mandillones y batas salpicadas de gotas de sangre del infortunado animal y proceden a estibar las cajas que pronto serán cargadas en los camiones.

En la plataforma de despiece el trabajo no se detiene. La mandíbula inferior se desencaja de la cabeza. La mandíbula superior, con las barbas y el resto de la cabeza, se separa del cuerpo. Tras retirar la grasa abdominal, van amontonándose en la plataforma las vísceras que van apareciendo, así como el contenido del estómago, casi una tonelada de krill a medio consumir.

RECUERDOS DE LA BALLENA DE MASSÓ

Despues de ser cortadas, ayudo a llevar hasta los fosos de acceso a los hornos tiras de piel y grasa, trozos de tripa y otras vísceras que no consigo identificar. Poco a poco, las chimeneas inundarán la plataforma y sus alrededores con el desagradable hedor de los desechos orgánicos sometidos a altísimas temperaturas. Un olor que se une al desagradable tufo que desprenden aquellos trozos de intestino expuestos al sol.

Una breve pausa después de dar buena cuenta de las vísceras e intestinos, fue aprovechada por la mayoría de los trabajadores para llevarse a la boca el agua refrescante del porrón, pues el sol de julio, cada vez más alto en el firmamento, castigaba duramente la plataforma. y a todos los que en ella cumplíamos con nuestra labor.

Pero el momento de descanso no duró mucho: había que tratar los restos óseos que aún quedaban para poder subir la pieza que esperaba su turno en el mar, un cachalote, según nos informaron. Las costillas se cortaron al nivel de las vértebras y fueron separadas en dos piezas, una por cada costado. Desencajamos las gigantescas vértebras y, con la ayuda de la sierra mecánica y dos pesadas hachas, fuimos quebrando los huesos. Los trozos resultantes serán procesados posteriormente en el autoclave .

Para darme un respiro, apoyándome en el garfio de hierro, miré hacia arriba: de la enorme ballena rorcual que había necesitado la fuerza combinada de varias máquinas para ser arrastrada a la plataforma de corte, solo había unos pocos chorros finos de agua turbia y sangre mezclada con diminutos restos de grasa y carne que se deslizaban por el plano inclinado de la rampa hasta llegar al mar. Allí eran recibidos por la voracidad de los «muxos», que disputaban entre ellos por el festín, por aquel convite que llevaban días esperando.

2

Los marineros a cargo de la barca repitieron las maniobras de la primera hora, y de inmediato la aleta caudal del cachalote fue conectada al poderoso cabrestante mediante los cables de acero trenzado. Esta vez, los caballos de potencia de las dos máquinas principales fueron suficientes para arrastrar el peso muerto.

El capataz calculó, a ojo, unos dieciseis metros de largo y entre cuarenta y cuarenta y cinco toneladas de peso. Una vez que se hicieron los cortes longitudinales y se quitó la capa de piel y grasa, toda la cuadrilla se puso manos a la obra. Dado que ninguna de sus partes se aprovechaba para la alimentación humana, el procesado del cachalote era mucho más sencillo y, lamentablemente, también mucho más monótono.

¡Una verdadera tortura bajo ese sol de justicia! La carne, negra, dura y parece bastante indigesta, no es apta para el consumo humano por lo que se pretendía convertirla en harina y pienso para alimentación animal o aceite, junto con piel y grasa. Sin contar con la ayuda de las mujeres, cortar en trozos pequeños los miles de kilos de esa carne negra y corrida se convirtió en una tarea pesada y tediosa.

Yo clavaba el largo garfio de hierro en la carne del cetáceo, para facilitar el corte del compañero veterano que empuñaba el cuchillo curvo. Con un gesto casi mecánico depositaba cada trozo de carne en la carretilla. Cuando estaba llena, había que llevarla a la fosa de entrada del autoclave. Cientos de carretillas llenas de trozos de carne oscura deslizándose por la boca de entrada de las calderas.

Aunque no puedo decirlo con certeza, porque solía estar muy ocupado cortando carne, que yo recuerde, en ese momento ya no se aplicaba ningún tratamiento especial al espermaceti, muy apreciado como aceite para las lámparas tiempo atrás, antes de la generalización de la electricidad para el alumbrado.

Tampoco recuerdo haber sido consciente de que fuese encontrado el preciado ámbar gris en alguno de esos mamíferos marinos en los que participé en su procesado. De fuentes de toda confianza sé que de vez en cuando aparecían piezas de diferentes tamaños a partir de la preciada y cotizada secreción biliar de los intestinos de los cachalotes. Piezas que se guardaban en la factoría y, cuando reunían una cantidad significativa, se ponían en el mercado. De la mandíbula del cachalote se extraían los preciados dientes de marfil, con los que algunos artesanos realizaban primorosas tallas.

A punto de completar la concienzuda tarea de destrozar la colosal masa corporal, procedía a abrirse el vientre del cetáceo. Junto a la intenso olor de los gases retenidos y jugos digestivos, solían aparecer restos de calamares y potas a medio digerir y toda una colección de objetos diversos: calderos de plástico, trozos de cables de distintos colores, aparejos de pesca, botas de agua… Residuos que, flotando entre aguas, el enorme animal confundiría con alguna de las presas que constituían su alimentación. Hay indicios evidentes de que, ya en aquella época, la contaminación de los océanos mostraba trazas realmente preocupantes.

El tratamiento de los huesos desnudos, como en el caso de la ballena, era la labor con la que finalizaba el procesado de las capturas. Con el asentimiento del capataz, alcancé una de las hachas.

RECUERDOS DE LA BALLENA DE MASSÓ

Cuando comprobó la precisión y seguridad con la que manejaba la pesada herramienta, mi compañero en el corte de la carne me dejó continuar con el trabajo.

Deja hacer al joven, que todavía tiene sangre nueva! ‘Dijo el capataz, ofreciéndole un cigarrillo al compañero con una mano mientras con la otra sostenía, a modo de bastón, el mango de madera del cuchillo teñido todavía de sangre oscura- Tiene la tarde para descansar, y todavía tenemos que ir a dar el sulfato, que en el parte de la radio decía que mañana tenemos lluvia.

Poco antes de las dos de la tarde, la plataforma volvía a estar vacía. Mientras la mayoría de los miembros e la cuadrilla se quitaban las pesadas botas de cuero y se cambiaban de ropa, dos o tres compañeros limpiaban los restos orgánicos depositados sobre las recalentadas traviesas de madera con la ayuda del potente chorro de agua de las grandes mangueras.

En el mar de Balea, los «muxos» volvieron a saltar de alegría.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable A Illa dos Ratos.
  • Finalidad  Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Tu consentimiento.
  • Destinatarios  Dinahosting.
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puedes consultar la información detallada en la Política de Privacidad.