EL GRAN RESPONSABLE DE LA MEMORIA FOTOGRÁFICA DE CANGAS EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

Texto elaborado por Óscar Rodríguez Martínez, socio de A Illa dos Ratos, a partir de información y fotografías facilitadas por Margot Hernández Peleteiro, viuda de Santoro.

José María Pérez Santoro nació en Cangas el 20/09/1941 y fue un niño inquieto, emprendedor y con iniciativa

José María Pérez Santoro era el hijo mayor del matrimonio formado por Amelia Santoro Camaño , ama de casa, y José María Pérez Barros , un hombre que llegó a ser alcalde de Cangas entre 1957 y 1963 y que trabajaba como contable en la conservera de Cervera.

A diferencia de sus hermanos María Jesús, Rafa y Javier, el pequeño José María era un niño inquieto, con espíritu emprendedor y una gran capacidad de innovación, cualidades que también caracterizaban a su abuelo materno y que le servirían en el futuro para convertirse en un hombre muy polifacético.

También demostró una gran sensibilidad artística, de hecho con sólo ocho años, cuando estudiaba en un colegio jesuita, comenzó a dibujar y pintar de forma autodidacta, y a los doce años realizó su primera exposición.

JOSÉ MARÍA PÉREZ SANTORO
Recuerdo de la primera comunión de Santoro.

Cuando se juntaba con sus amigos de la infancia, entre los que se encontraban Morocho, Lolo Lago o Julio, el pequeño José María destacaba entre ellos por sus inquietudes y porque era él que no se conformaba con esa precariedad que azotaba la sociedad canguesa de la posguerra.

Siempre trataba de buscarse la vida, organizaba planes y encontraba la forma de mejorar las cosas utilizando los pocos recursos que tenía a su disposición. Si no había medios económicos para grandes viajes, una excursión por la zona con familiares o amigos podía ser una gran aventura y por eso que en más de una ocasión fueron caminado hasta Cabo Home para disfrutar del lugar, acampar allí y comer lo que pescaban. 

JOSÉ MARÍA PÉREZ SANTORO
José Cidoncha, Morocho, Pepé, Julio y Santoro en primer plano.

José María Pérez Santoro hizo el servicio militar en Getafe, localidad donde su tío era Teniente Coronel de Aviación

Antes de realizar su servicio militar en el Destacamento de Aviación en la localidad madrileña de Getafe, Santoro ya había tenido su primer contacto con el mundo de la fotografía a través de algunos cursos a distancia.

Aspiraba a tener una «mili» lo más cómoda y tranquila posible y por eso eligió como destino el lugar donde su tío era Teniente Coronel de Aviación, pero una vez allí, gracias a los conocimientos que tenía sobre fotografía, no desaprovechó la oportunidad de ser uno de los encargados de montar el laboratorio fotográfico del Ejército del Aire.

En esa época también pintaba, simplemente por hobby, y con su arte y su carácter se fue ganado la admiración y el respeto de sus compañeros, y con muchos de ellos logró entablar amistad y compartir muchas experiencias enriquecedoras. 

Tras licenciarse, José María Pérez Santoro se matriculó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y trabajó de noche en los estudios del productor cinematográfico Samuel Bronston

Tras finalizar el servicio militar, Santoro se matriculó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y durante esos años en los que residió en Madrid, compaginó sus estudios con el trabajo nocturno en los estudios de grabación y laboratorios fotográficos que tenía el productor cinematográfico norteamericano Samuel Bronston en Las Rozas.

Allí formó parte de uno de los equipos de fotografía fija, colaborando en la dirección fotográfica de varias películas que en ese momento se rodaban en España como: “55 días en Pekín” (1963), “La caída del Imperio Romano” (1964) o “ El fabuloso Mundo del Circo ” (1964), lo que le hizo sumar una importante experiencia para su carrera.

En una entrevista publicada en La Voz de Galicia tras su jubilación, Santoro recordaba una anécdota que precisamente le sucedió durante el rodaje de esta última película. Como trabajaba en el turno de noche, terminaba alrededor de las ocho de la mañana y tenía la costumbre de irse a descansar a una pensión.

Ese día, nada más cruzar la puerta, recibió una llamada para preguntarle si tenía una cámara a mano porque necesitaban urgentemente tomar unas fotografías y no había nadie disponible para hacerlo.

Santoro, consciente de la oportunidad que se le presentaba, rápidamente tomó su cámara «Retinete» y se presentó con el resto del equipo en la dirección que les indicaron donde se encontraron nada menos que con la gran Claudia Cardinale. Santoro quedó tan sorprendido que la propia actriz tuvo que ayudarlo a tomar esas fotografías que luego serían utilizadas en la promoción de dicha película.

Aquel era un trabajo muy interesante y creativo para Santoro y además le reportaba un sueldo de 20.000 pesetas semanales, una cifra muy importante para aquellos tiempos. Gracias a ello pudo comprar su primera cámara profesional, una «Hasselblad», considerada entre las mejores marcas de la época y que era muy conocida por haber sido utilizada para tomar las fotografías del primer alunizaje de la historia durante la misión Apolo XI en 1969.

JOSÉ MARÍA PÉREZ SANTORO
Instantánea tomada en Madrid durante su etapa trabajando para Samuel Bronston.

Cuando Samuel Bronston cerró sus estudios en Madrid, Santoro decidió probar suerte una temporada en París y luego volvió para montar su propio estudio de fotografía

Como en las productoras españolas el salario era mucho menor, cuando Samuel Bronston cerró sus estudios en Madrid, Santoro decidió probar suerte en París.

Se encontró con la incomprensión de sus padres y aunque era consciente de que sin su apoyo las cosas serían más complicadas, siguió su instinto y emprendió aquella nueva experiencia, 

JOSÉ MARÍA PÉREZ SANTORO
Santoro en París con la Torre Eiffel al fondo.

Fue una etapa en la que nuestro protagonista pasó por muchas penurias y necesidades. Pintaba cuadros en las calles que luego vendía a vecinos y visitantes y también compaginaba diferentes trabajos, entre ellos el de entregar las cenizas de los difuntos a sus familiares en el cementerio de Montmartre. Pese a todo, el nivel de vida en la ciudad parisina era tan alto que incluso un pluriempleado sólo podía conseguir recursos para sobrevivir, a veces con un simple bocadillo que se convertía en su almuerzo y cena.

Como no quería darles argumentos a sus padres para que pudiesen decirle que se había equivocado, nunca les dijo que estaba pasando hambre. Su tía Berta, que trabajaba en la guardería de Massó, sabía la verdad y le enviaba de vez en cuando 20 pesetas que si bien no solucionaban sus problemas, cuanto menos se los hacía más llevaderos, y quizás por eso permaneció medio año allí antes de regresar a Galicia y abrir un estudio de fotografía.

A pesar de la complicada situación que vivió, José María guardaba muy buenos recuerdos de su estancia en la capital francesa y siempre decía que si pudiera retroceder en el tiempo repetiría la experiencia sin dudarlo.

De hecho, cuando celebró sus bodas de oro viajó a París con su mujer Margot, y su ilusión no era visitar los típicos lugares turísticos a los que va todo el mundo, sino ir en busca de esas calles donde se sentaba a pintar para ver su evolución y compartir con ella sus historias y recuerdos.

JOSÉ MARÍA PÉREZ SANTORO
Santoro sentado en la terraza de un café de París.
Óscar Rodríguez Martínez
Presidente A Illa dos Ratos en | + artigos

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