CUANDO LOS NAVÍOS DE LÍNEA SE CONVIRTIERON EN LOS ÚLTIMOS BUQUES DE GUERRA A VELA

Texto elaborado por David Vidal, Guía del Museo Massó de Bueu.

[…] Preparado ya todo lo concerniente al servicio de piezas y lo relativo a maniobras, oí que dijeron:
«La arena, extender la arena».

[…] Pasando de mano en mano, subieron de la bodega multitud de sacos, y mi sorpresa fue grande cuando vi que los vaciaban sobre la cubierta, sobre el alcázar y castillos, extendiendo la arena hasta cubrir toda la superficie de los tablones. Lo mismo hicieron en los entrepuentes. Por satisfacer mi curiosidad, pregunté al grumete que tenía al lado.

«Es para la sangre -me contestó con indiferencia.
¡Para la sangre!» repetí yo sin poder reprimir un estremecimiento de terror.

Benito Pérez Galdós
Trafalgar (1873)

La batalla de Trafalgar fue el final de la era de los navíos de línea y el comienzo de la era de los buques propulsados a vapor

La Batalla de Trafalgar supuso un punto de inflexión, el cambio de una era en la que los navíos de línea se convirtieron en los últimos buques de guerra a vela, emblemas de las batallas navales de la Edad Moderna durante unos dos siglos, entre finales del siglo XVII y mediados del XIX , momento a partir del cual los buques de guerra a vapor toman protagonismo. 

Su denominación de línea proviene de su gran tamaño y capacidad de armamento, atributos aptos para la formación de una línea de batalla o combate frente al enemigo, tanto a babor como a estribor, que sirven como verdaderos muros de madera para proteger la Nación, como solían apuntar los británicos. 

A nivel constructivo, los navíos de línea son una evolución de los galeones , con tres grandes mástiles – mayor, trinquete y mesana – que requerían gran habilidad y experiencia para maniobrar. Su armamento estaba distribuido en dos o tres pisos por borda siendo más habitual sumar 74 cañones aunque el número final de piezas de artillería diferenciaba los navíos de línea de primera, segunda y tercera clase. 

Por tanto, un navío de primera clase era aquel que transportaba entre 98 y 120 cañones repartidos en tres puentes; la segunda clase compartía el mismo número de puentes pero instalaba entre 80 y 98 cañones, mientras que la tercera clase tenía entre 74 y 80 en dos puentes.

Cualquiera de estas clases estaba a la sombra del imponente Santísima Trinidad que con sus 140 cañones repartidos en cuatro puentes era el barco más grande de su tiempo, el Escorial de los mares. Sin embargo, cabe señalar que también existían navíos de cuarta, quinta e incluso sexta clase aunque no se consideraban de línea sino fragatas, corbetas o bergantines.

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Santísima Trinidad (Fuente Wikipedia).

Debido a su tamaño, los navíos de línea requerían una cantidad impresionante de madera en su construcción

Se necesitaron alrededor de 1600 toneladas, capaces de soportar 168 toneladas de piezas de artillería, 32 toneladas de cable, 30 toneladas de aparatos, 14 toneladas de telas de navegación, 8 toneladas de alquitrán, 50 y 70 toneladas de municiones y una tripulación de 600 a 800 hombres, lo que es un gasto significativo que solo es asequible para economías saneadas.

Precisamente aquí tenemos el germen de la debilidad de la flota naval española a finales del siglo XVIII. Para que os hagáis una idea, en la Batalla de San Vicente (1797), prólogo de la fatídica Batalla de Trafalgar, la Corona española contaba con 79 navíos de línea que se redujeron a la mitad antes de que comenzaran las hostilidades en el cabo gaditano, con una gran mayoría abandonados por falta de mantenimiento por las dificultades de importar la materia prima necesaria para una correcta puesta a punto.

A pesar de esta logística ruinosa, y aún sin contar las naves más pequeñas que acompañaban a estos colosos de los mares (fragatas, bergantines, corbetas, naves hospital, etc.) el combate consistía en disparar simultáneamente salvas a discreción contra el muro de las naves enemigas para ganar, en la mayoría de los casos, el que poseía los cañones más grandes y poderosos.

Pero es importante tener en cuenta que, precisamente debido a sus altos costes de producción y de mantenimiento, el objetivo no era hundir la flota enemiga, si no demoler o desarmar a los mástiles – es decir, a desarbolar la nave –  para posteriormente capturarlos. De ahí que muchos decidieran hundir sus barcos antes de ver cómo volvían al servicio bajo el estandarte del vencedor.

En relación a esta temática, la Sala Noble del Museo Massó, ubicada en el primer piso, se centra en la navegación marítima y la conquista del mar a través de la apertura de nuevas rutas comerciales en la época moderna

Inaugurado en 1932 como museo marítimo donde se reunía la valiosa colección de la familia Massó , destaca por exhibir entre una gran variedad de objetos varias vitrinas donde podemos pasear por maquetas detalladas de barcos como naos y fragatas .

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Pascual Munoa Oraa, en 1943 construyendo la maqueta de San Juan Nepomuceno (Fototeka Kutxa).

Entre ellos destaca por su tamaño la del San Juan Nepomuceno , un navío de línea construido por el  modelista vasco Pascual Munoa en 1936. Botado en 1766 y con una tripulación de 530 hombres y 74  cañones, fue el último barco español en ser derrotado de los 15 que participaron en la escuadra hispano-francesa en Trafalgar, cuando estaba al mando del brigadier de la Real Armada Española Cosme Damián Churruca. Atacado en el momento final por seis navíos británicos al mando del almirante  Horatio Nelson, tuvo que rendirse una vez desarbolado con unos 100 muertos y 200 heridos.

Terminó sus días despiezado en 1818 tras ser remolcado a Gibraltar donde sirvió como una especie de museo flotante. En homenaje a la valentía de Churruca que tanto impresionó a los británicos, se cerró la cámara del comandante del barco con una lápida en la que se leía su nombre en letras doradas y ante la cual cada visitante debía descubrirse si quería entrar.

A pesar de que estos navíos debían formar cada una de las líneas de batalla, en Trafalgar no fue así. Horatio Nelson, la mejor arma del escuadrón británico, no dispuso una formación de línea sino dos columnas con el fin último de avanzar y romper perpendicularmente la línea enemiga para rodear la flota hispano-francesa y desarbolarla en pequeñas batallas individuales que en practicamente dos horas venció a sus navíos más importantes.

Nelson murió en la batalla, pero su barco HMS Victory permaneció activo para la Armada británica. Aunque se encuentra en dique seco en la ciudad británica de Portsmouth, continúa como el buque insignia del Segundo Lord del Mar con su propio capitán y tripulación, lo que lo convierte en el único navío de línea original que ha sobrevivido hasta el día de hoy.

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HMS Victory en Portsmouth (licencia CC de Flickr).

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