LOS SECRETOS DE LAS EXCAVACIÓNS ARQUEOLÓGICAS EN O FACHO

Texto elaborado por D. José Suárez Otero, Doctor en Arqueología, Director de los trabajos arqueológicos realizados en el Monte do Facho (campañas de 2003 a 2016) y Coordinador científico de la campaña de 2019. Fotografías aéreas tomadas por la empresa Aerorec para la Diputación de Pontevedra.

El Monte do Facho viene siendo en los últimos años uno de los yacimientos castreños gallegos más relevantes, tanto por su singularidad, como por los intensos y prolongados trabajos que se vinieron efectuando en él, y muy especialmente por el descubrimiento de un excepcional conjunto de altares votivos de la época galaico-romana. conocido desde finales del siglo pasado gracias a Enrique Massó Bolivar y José Suárez Mariño.

Conocido como «castro” desde mediados del siglo pasado, al que se le añadiría la denominación de “santuario galaico-romano” en los años sesenta de esa misma centuria, serán los trabajos llevados a cabo a partir del 2003 por el Ayuntamiento de Cangas y el Instituto Arqueológico Alemán, los que coloquen definitivamente a este sitio arqueológico entre los más significativos para el conocimiento arqueológico de la religión galaico-romana, al tiempo que permitieron evaluar la relevancia del enclave en su etapa prerromana y conocer su uso en la Edad Moderna.

Una serie de episodios, escalonados en el tiempo, de manera discontinua, y que nos hablan de los distintos usos y significados del monte a lo largo de una historia que se remonta tres mil años atrás y que iremos exponiendo del más reciente al más antiguo.

O Facho: Velando la costa

Las excavaciones en la cumbre del monte nos permitieron conocer mejor la última ocupación humana de O Facho. Nos referimos al puesto militar de vigilancia costera existente a lo largo de todo el siglo XVIII y principios del XIX, y del que aún queda, el testimonio de la «garita» de forma circular y cubierta de cúpula que corona el monte, así como el propio topónimo de O Facho, referido a la lumbre usada para dar los avisos.

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El proceso de explanación del terreno y el trabajo de construcción de la garita, hablan de la incidencia de esta ocupación en la parte alta del monte, dando lugar a la conformación actual de la misma. Los restos materiales, especialmente las cerámicas, indican la presencia, aunque ocasional, de contingentes militares.

Serían los que llevarían la vajilla de mesa en forma de escudelas o algunas piezas de mayor calidad debido a su cubierta pintada y vidrada. También explicarían los restos de algunos recipientes de transporte y almacenaje, como las pequeñas ánforas en las que se transportaba el aceite, o la presencia de restos de una botella en gres de producción alemana y usada para bebidas alcohólicas en los ambientes marineros de la época.

Aunque normalmente el lugar estaba ocupado por los vigías, gente de las aldeas próximas eran los que velaban por el funcionamiento del que era un puesto de control militar de la costa. 

El Santuario dedicado al Deus Lar Berobreus (s. III-VI)

Los altares votivos son, sin duda, los hallazgos más significativos y conocidos del Monte de O Facho. Se trata de ofrecer al dios un pequeño monumento que recuerda en su forma a la fachada de un templo y que recoge en una inscripción el nombre de la divinidad a la que va dirigida.

En los ejemplos de Monte do Facho podemos ver la copia o la interpretación de los modelos originales romanos, y a pesar de su, por lo general, escasa o simple epigrafía nos permiten conocer el nombre de la divinidad que se veneraba en el monte: Deus Lar Berobreus.  

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Aras votivas encontradas en las excavaciones del Monte do Facho.

Las excavaciones nos permitieron constatar que la disposición de los altares se ajustaba a un espacio concreto dentro de la parte más alta del monte. Situado al lado de la cima pero a una cota ligeramente más baja, presentaba una topografía en pendiente suavizada artificialmente y estaba orientado cara el Este. Conforme nos alejamos de ese espacio, desaparecen las evidencias relacionadas con la colocación de las aras-ofrenda, al tiempo que estas disminuyen en número hasta desaparecer.

A pesar de su espectacularidad, en especial por su gran número, las aras no son la única expresión del culto realizado en época galaico-romana en O Facho. Son una parte de los ritos realizados y ocupaban solo una parte del conjunto del santuario.

Desde el espacio ocupado por ellas se podía acceder por un camino entre dos muros a la cumbre del monte, que debió de jugar un papel importante en la definición del santuario, pero que, de manera paradójica, aparece vacía de cualquiera resto, excepto, de la presencia de alguna ofrenda en forma de productos perecederos, lo que podría ser indicio del carácter marcadamente sacralizado, y por lo tanto exclusivo, de esta parte del santuario.

Detrás del ámbito de las aras y rodeándolo encontramos las viejas construcciones del castro, de las que algunas van a ser recuperadas por el propio santuario. Se trataría de edificios que se mantendrían en buen estado de conservación y que podrían servir, tanto para la realización de ritos que habían necesitado de un espacio cerrado, como para el almacenamiento de las ofrendas.

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De hecho es en ellas donde encontramos el mayor contingente de cultura material asociado al santuario: monedas, vidrios y cerámicas. Cultura material que nos permite definir el tiempo de existencia de este santuario, que surge a partir de finales del siglo III, con una existencia hasta avanzado el siglo V, y un final impreciso a partir de esas mismas fechas. Final que está vinculado a una pervivencia como lugar de culto, pero ya bajo la nueva fe cristiano.

Berobriga, un castro de la Edad del Hierro (s. II a. C. – I d. C.)

Debajo del santuario, conforme profundizamos, va saliendo a la luz una realidad anterior: el castro de la Edad del Hierro, que había ocupado buena parte del monte, y, en gran medida, lo conformó en el aspecto que hoy tiene.

Un asentamiento humano que tuvo que salvar las dificultades de una orografía difícil, con acusadas pendientes cubiertas totalmente por roca granítica, por lo que tuvieron que trabajar para suavizar esas condiciones: construcción de muros de aterraplenado, eliminación parcial de la roca; al tiempo que la arquitectura tiene que adaptarse a esa orografía: las construcciones se cuelgan sobre la pendiente, configurándose en forma y dimensiones según la disposición del terreno.

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Desparramado desde la cumbre por toda la ladera norte, con proyecciones hacia Este y a Oeste, el castro estaba rodeado de un importante sistema defensivo conformado por tres líneas de murallas y un pequeño foso en el extremo noroccidental del monte.

La arquitectura responde a las características del mundo galaico prerromano: uso de la cachotería concertada en pared doble, formas con predominio del curvilíneo en la definición de los edificios y cubiertas de colmo.

La especificidad estaría en la abundante presencia de construcciones de formas trapezoidales y de morfologías atípicas, o la preferencia por las construcciones de gran tamaño, frente a las que responderían a las dimensiones típicas en los castros que serían coevos.

En el ámbito de la vida cotidiana tenemos datos para la etapa previa al abandono del castro, que se expresa en una abundante presencia de ánforas, casi que siempre en relación el transporte del vino, y de vajillas de lujo de producción romana, algunas de estas elaboradas ya en el ámbito regional, como es el caso de las cerámicas pintadas o de otras destinadas a usos más comunes.

Dicho esto, la cerámica más frecuente, como cabría esperar, es la que corresponde a producciones locales, realizadas en la tradición de la cerámica castreña del área sudoccidental galaica. Grandes recipientes de contención, ollas, jarras y cuencos son las formas más comunes, en una cerámica decorada fundamentalmente con motivos en relieve, menos mediante incisión, alcanzando a veces un exagerado barroquismo, que diferencia las de uso doméstico, la mayoría sin decorar, de las que tenían un significado y una funcionalidad especial, como la ostentación o la ritual.

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En el apartado de los metales, mencionar la relativa abundancia de los objetos de uso cotidiano realizados en hierro, como cuchillos, clavos, anillas; o en bronce, caso de las hebillas, en las que predominan las de filiación ya romana y propias de la etapa final de la cultura castreña; y, en menor medida, broches de cinto, agujas y otros.

En un contexto aún referido al metal pero en un ámbito de características específicas, como es el de la moneda, tenemos que señalar la aparición de varios ejemplares en bronce, en especial de las llamadas “de la Caetra”, acuñada en el Noroeste con motivo de las campañas de Augusto en las Guerras Cántabras, y también una moneda de plata (“ denario”) de ese mismo emperador, todas de entre los años 25 a. C. y el 37 d. C. y dándonos probablemente las fechas de esplendor de Berobriga.

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Aún de manera muy limitada, se constató la existencia de una etapa anterior con unas dimensiones y características semejantes a la que le sucedió, aunque desconocemos sí tenía sistema defensivo, pero ahora adaptándose más la topografía del monte, sin modificarla sustancialmente.

Centrado en la primera mitad siglo I a. C., tendría sus orígenes en un momento aún por definir del siglo II a. C. La alfarería local, propia de las rías Baixas, y las primeras cerámicas importadas del Mediterráneo, tanto ánforas como vajilla de lujo, así como la presencia de útiles y armas de hierro, certifica esa antigüedad. Lo que sí es seguro es que esa fue la primera ocupación de la Edad del Hierro y se corresponde con la creación del castro.

Las evidencias más antiguas: La Edad del Bronce Final (s. IX – VII a. C.)

Aún muy poco conocida, enigmática en su significado, las primeras evidencias de la presencia humana en O Facho nos retrotrae a principios del I milenio a.C. Desperdigada, ahora, por las laderas este y sur del monte, desde la cumbre hasta sus pies, ocupando los agujeros entre las piedras o los espacios entre ellas, constatamos una ocupación caracterizada por una alfarería simple y casi nunca decorada, a la que acompañan algunas evidencias de la metalurgia del bronce.

De este momento podrían ser también parte de los grabados rupestres que aparecen, no solo en el monte, sino también en su entorno.

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Las dimensiones de esta ocupación que aún no podemos definir, ni física, ni funcionalmente, parece apuntar a una importancia que estaría refrendada por la riqueza del depósito coevo de armas y útiles encontrados ya hace muchos años en Liméns, y hoy en el Museo de Pontevedra: el conocido como «Depósito del Hío”.

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